Intervención de Laurent Vogel

Gianni bien amado

Hace unas semanas, en el hospital, bromeabas sobre mi capacidad de hablar en público en numerosas lenguas y en los contextos más variados. Me habías visto en una asamblea de mineros en Perú, en universidades, en fiestas, en mercados. Hoy, intentaré estar a la altura y hablar sin que mi voz se rompa.

Nos conocimos hace poco más de 25 años. En agosto de 1984. En Roma, en un jardín público en las pendientes del Capitolio, frente al gueto, al Tíber y un templo de Vestales.

Yo estaba en Roma después de cinco años de vivir en América Latina. No sabía si me quedaría allí unos días, unas semanas o unos meses. Nos volvimos a ver en un pequeño apartamento que me habían prestado en el barrio de Borgo. Unos días más tarde, me invitabas a instalarme en tu casa. La mudanza fue fácil. Todas mis cosas cabían en una pequeña maleta de tela que apestaba a penicilina. Compartíamos una cama estrecha empotrada en la biblioteca. Dormir juntos en una armonía perfecta era de entrada más íntimo que todos los juegos de Eros.

En esa época, una de las grandes ventajas de las relaciones homosexuales era que dábamos la espalda decididamente al modelo familiar. Nos quisimos, nos dimos placer, comenzamos a compartir innumerables cosas sin nunca preguntarnos el tiempo que podía durar. Nuestro único compromiso era el de siempre decirnos la verdad. Éramos libres, sin la menor presión social para mantener artificialmente una relación que se habría marchitado. Todo cabía en un don recíproco que se renovaba a cada instante. Lo efímero se hizo eterno sin perder nada de su ligereza.

Los últimos días, tu amor por la belleza se había concentrado en los olores. Nos embriagábamos con cócteles de olores que yo preparaba aconsejado por Corinne y Stefano. De palo de rosa, de mirra, de aceites, desconocidos y mágicos, cuyo nombre te encantaban: ravensara, litsée (verbena tropical), ylang ylang, el petigrain.

Cuando te conocí, estabas habitado por la pintura, una pintura sensual que interrogaba las formas y que llamaba a la mirada más que a los comentarios. Hace tres meses, con ocasión de tu última exposición, tu debilitada voz le pedía a cada visitante que hiciera unos minutos de silencio para así iniciar un diálogo con lo que presentías eran tus últimos cuadros. Habías pintado febrilmente 200 o 300 cuadros en tres meses, durante la corta tregua que te concedió la enfermedad. No te gustaba la pintura hecha para ser comentada. Pensabas que un pintor debía dejar sus cuadros en libertad, y callarse para que ellos hablaran, con su propio lenguaje, para quienes les miran.

Cuando llegaste a Bruselas, sentiste la llamada de la escritura. Quisiste recrear un mundo del que te habías alejado. La distancia geográfica era lo menos importante. Sabías amargamente que Italia no dejaría de ir a peor.

Durante estos 25 años, hemos llevado a cabo actividades muy diferentes. Una fuerza invisible daba coherencia a lo que habría podido parecer un maniquí desarticulado. Estabas en todo lo que yo hacía, incluso en los aspectos técnicos más alejados del arte. Creo que también yo estaba en todo lo que tu hacías. Teníamos afinidades ocultas pero muy firmes, que brotaban azarosamente a la superficie en las amistades compartidas, en los libros que nos iban gustando, en una misma rebeldía con respecto a la injusticia, en un viaje o en la visita a una exposición. Nuestras opiniones podían diferir en muchos temas pero parecían surgir del mismo río subterráneo donde la búsqueda de lo bello, del placer y del respeto a los individuos se unía a la voluntad de conseguir un mundo liberado de lo que impide a los seres humanos realizarse y emanciparse.

A lo largo de tu enfermedad, sentí que no iba solamente a perder a un ser amado. Iba a ser amputado de una parte esencial de mi mismo. Sé que retrasaste el momento de la muerte y que aceptaste pasar por sufrimientos terribles por un único motivo que me repetías sin cesar: «no quiero dejarte solo».

Hace unos quince años durante una de nuestras estancias en México, estábamos en una pequeña ciudad del Sur. Habíamos ido a la estación a consultar los horarios de los autobuses para decidir donde iríamos al día siguiente. Teníamos todo el tiempo por delante. Debíamos reencontrarnos con un amigo diez días más tarde en Mérida. Te dije: si tomamos ese autobús, en menos de quince horas estaremos en San Salvador. Te quedaste silencioso durante unos minutos. Después me preguntaste: ¿quieres regresar allá por tus amigos vivos o por los muertos? Le respondí que mis amigos muertos eran quienes más me importaban. Me habría gustado ver de nuevo los lugares donde habíamos estado juntos. Un bar, las pendientes del volcán de Izalco, el pequeño pueblo con los tamarindos centenarios, la calle donde nos reuníamos en la casa de un colaborador. Y ninguna tumba para visitar: la mayoría de mis amigos eran desaparecidos, quienes murieron bajo la tortura, cuyos cuerpos fueron echados al océano. Me rozaste la mano y me dijiste: «Hace ya diez años que te conozco. No pasaste un minuto sin ellos, cada entonación de tu voz, tu trabajo, tus sueños, tu manera de vivir reflejan todo lo que ellos te dieron. No me hablas casi nunca de ellos pero he aprendido también a amarlos en tu reserva y tus silencios».

Hoy Gianni,, es tu presencia la que quiero preservar. Nosotros que somos ateos sabemos que podemos sobrevivir, que la inmortalidad está allí con tal de que se haya mordido la vida a dientes llenos y que se haya actuado para que todos los seres humanos accedan a esta posibilidad. Lo que nosotros hemos creado, el amor que hemos dado, las rebeliones, las luchas, las risas y las lágrimas crean una cadena infinita. Continúo creyendo en lo más hondo de mí que un día habrá otro tiempo que el tiempo ordinario. Como decía Borís Vian:

«Es inútil fijar ahora
El detalle preciso de todo esto
Pero una certidumbre subsiste: un día
Habrá otra cosa más que un día».

Ocho siglos antes, Maimónides no había dicho otra cosa. Escrupuloso, él había querido precisar en su duodécimo principio « aunque llegue tarde».

Ignoro el camino pero sé que me ayudarás a seguir adelante. Y espero que Gianni os ayudará a todos y a todas a vuestra manera y a vuestro ritmo a ir hacia un tiempo en el que habrá otro día más que el día.

Laurent

Intervención de Eliane Vogel-Polsky

Después de la operación de Gianni, he revisado el diario de nuestros encuentros, de nuestras conversaciones, de nuestros momentos de gran confianza.

Me gustaría reproducir un fragmento, fechado en mayo del 2009.

Sabes, me decía, trato de pensar en cosas bellas, visualizarlas. El último verano, cuando fuimos a Cataluña, hicimos una excursión. En el camino, cuando paseábamos, visitamos un hermosísimo parque hasta que alcanzamos un lugar absolutamente extraordinario. Se me hace difícil entender por qué, de repente, me sentí abrumado por la belleza del paisaje. He viajado y he visto muchos países, regiones espectaculares, grandiosas, pero aquí, me descubrí en una inmersión plena con la naturaleza, una naturaleza tal que podría parecer simple, casi ordinaria, sin nada especialmente notable para los turistas.

Me quedé tan completamente hechizado por la sensación sorprendente de estar unido con este lugar, por un lazo vital, como una predestinación, una premonición: “perteneces a este paisaje y este paisaje te pertenece”.

"Vamos”, le dije a Laurent. Este lugar es mágico: a la derecha, había tres pequeños abetos. Se dibujan en el aire, tras su fina mano. Detrás de ellos, un río trémulo en el que saltaban las pequeñas truchas, que se confundían con las manchas de sombra que jugaban en el agua. La música de este río me encantó. A la izquierda, había una fuente, más bien una cascada, cayendo sobre los peñascos, que resonaba en el aire puro para asociarse al rumor del río. Era consciente a la vez del carácter de cualquier lugar y, al mismo tiempo, me sentí transportado por un pequeño milagro. Lo que veía, lo que entendía, lo que sentía: todo me parecía perfecto. La sinfonía del río y de la fuente se movía en una esfera tan armoniosa que superaba la música de Mozart. Me embriagué por el canto profundo de la naturaleza. Su mano se apodera del junquillo invisible del director de orquesta y su voz se apaga en la memoria de esta experiencia que tan bien supo combinar.

Y sabes, esta imagen de serenidad, de plenitud, apareció sin cesar en mí cuando atravesé esa terrible prueba, cuando sufría en la cama del hospital tratando de comprender el alcance del mal que me corroía.

Cuando la angustia me oprimía la garganta, el corazón, las entrañas; cuando horribles pesadillas me perseguían, siempre reaparecía para calmarme, delante de mis ojos, el paisaje mágico. Allí, en esa habitación de hospital, en la sala de reanimación, sobre el carro tirado por los camilleros, cuando nada queda ya por ver salvo el amarillo meado de los largos pasillos, en la sala de operaciones, siempre esa imagen, como un conjuro a la vida, como un cálido rayo de sol.
Entonces, querría que supieras que le pedí a Laurent algo importante: quiero que regreses allá, a ese gran Parque, y que siembres mis cenizas en el río, que se mezclen con la melodiosa agua y que fluyan hasta desaparecer en el mar.

Intervención de Jean Vogel

Era imposible conocer a Gianni sin quererle.

No voy a enumerar aquí sus cualidades humanas, ni a recordar su innegable poder de seducción. Una cosa me llamó primero la atención de él, una cosa que jamás he conocido hasta ese punto en otro más que en él: una inteligencia sensible, una inteligencia de la sensibilidad que le lanzaba a una exploración incesante de los colores, las figuras, los cuerpos, las caras, los perfumes, los sabores.

Se dirá que éste es el caso de muchos artistas, pero Gianni no era un artista como los demás o, lo que es lo mismo, no era más que un artista. La gran mayoría de personas abandonaron, o perdieron y olvidaron, el cofre de tesoros secretos de su infancia; o éste ya sólo contiene algunos restos -muñecas descoyuntadas, ositos de peluche deshechos-, polizones en la travesía a la edad adulta.

A lo largo de toda su vida, Gianni no cesó de enriquecer su cofre con nuevos tesoros, haciendo su inventario, embelleciéndolos, y ofreciéndolos a admirar a quienes desearan verlos. Es imposible hacer un catálogo de lo que recogió: piedras opacas, piedras semi-preciosas, máscaras negras, sedas de Oriente, adornos extravagantes, escarabajos petrificados ... Alabado sea Dios, que no recogió animales de peluche… Esos objetos de su pasión que recogió en sucesivas oleadas. Igualmente, fue en oleadas sucesivas como él trabajó, haciendo sus pinturas, sus dibujos, sus libros. Su trabajo era como una sucesión de exploraciones que relanzaba una y otra vez: exploraciones de un género de arte, de una manera de hacer, de un tipo, de una figura, variaciones en decenas, o hasta centenares de veces, reimaginadas, rehechas.

Lejos de ir en busca de la obra única, perfecta, Gianni pintaba o escribía como si la única respuesta a la inagotable diversidad del mundo debiera ser la riqueza inagotable del arte.

Esta dual exploración del mundo y de su arte respondía sin duda alguna también a una exploración de sí mismo. En una entrevista que me concedió en el año 2005 decía: "Somos nosotros quienes no nos miramos lo suficiente, quienes no tenemos ganas de descubrir ciertas cosas en nosotros. Hay por ejemplo nuestra parte animal [desde luego que habría podido también hablar de nuestra parte vegetal y de nuestra parte mineral] que me interesa mucho, el mismo espíritu, la razón es una especie de órgano que se desarrolló un poco demasiado, o demasiado mal, o posiblemente no lo bastante, como un miembro atrofiado de los seres humanos".

A través de su trabajo, sin duda, pero también por su palabra, por su presencia, Gianni quería tocar a los demás, establecer una resonancia con el otro. Decía también: "Se puede tocar a alguien sin el tacto, verdaderamente, se le puede tocar con los ojos, con la música. A través de las frecuencias, las longitudes de onda, me gustaría tocar estos puntos sensibles que entran en vibración en mí en el momento en el que hago las cosas".
En la canción de otro Laurent, de Lorenzo de Médicis, su compatriota toscano de hace cinco siglos, se dice:

«Quant’è bella giovinezza que si fugge tuttavia !»
"¡Cuán bella es la juventud, qué tan rápidamente se escapa!"

La vida demasiado breve de Gianni es como si desmintiera la terrible verdad de este verso. La belleza de la juventud, él no la dejó escapar. Pudo y supo preservar su juventud y belleza hasta sus últimos días. El secreto de su invencible juventud, el secreto que poseía Gianni, no es el de Fausto, ni se encuentra en la gloria, ni en el saber. Está en su generosidad. Gianni fue primero, y ante todo, un hombre generoso; y fue joven y bello porque fue generoso. Esto es lo que experimenté durante todos estos años en que tuve la dicha de poder ser como su hermano.

Nunca le olvidaré.

Jeannot



Fondos abisales

(texto de Giovanni Buzi, extracto de "Eaux Turquoises”, 1996)

Lentos, fluidos, los largos tallos de algas incoloras me envuelven.

Una última caricia, antes de caer en el abismo sin fin.

No puedo ver las ramas de coral, ni los senderos luminosos de los peces. Las cálidas transparencias de color turquesa están lejos, a metros, a kilómetros de distancia.

No hay sino una ausencia gélida.

Y mi cuerpo flota sin peso, sin memoria, invisible, con los movimientos que siguen el último aliento de la corriente, sin obstáculos, sin ofrecer resistencia y voluntad.

Sacrificando la luz, realizo, inconsciente, la más harmoniosa de las danzas, abandonarse para dejarme transportar por las corrientes abisales.

Sin propósito, sin dolor.

Sólo un lento arrastre.

El agua disolverá mi cuerpo como sal. Así como sal, se apoderará de moléculas por fin libres y se las llevará, las hará suyas.

Algunas se agregarán a la arena de los fondos, otras vagarán en los meandros más inaccesibles hasta encontrar los barrancos dónde se hunde la tierra entre gases y magmas incandescentes, otras serán proyectadas arriba, hacia la superficie.

Encontraré los peces que me atraparán, transformándome en vientres, aletas, escamas. Los corales capturarán los polvos de mi cuerpo y, metamorfosis mágica, los harán partes de los tentáculos móviles, las corazas rojo sangre.

Los más felices continuarán vagando sin rumbo, acompañando los movimientos del agua.

Transparentes en su transparencia, luminosos en su luz.

Canciones interpretadas durante la cremación

Tango yiddish "Friling"

Ikh blondzhe in geto, Fun gesl tsu gesl, Un ken nisht gefinen keyn ort; Nishto iz mayn liber, Vi trogt men ariber? Mentshn, zogt khotsh a vort! Es laykht af mayn heym itst, Der himl der bloyer-- Vos zhe hob ikh its derfun? Ikh shtey vi a betler, Bay yetvidn toyer, Un betl a bisele zun.

Friling, nem tsu mayn troyer, Un breng mayn libstn, Mayn trayen tsurik. Friling, af dayne fligl bloye, O, nem mayn harts mit, Un gib es op mayn glik. …

Ikh gey tsu der arbet, Farbay undzer shtibl, In troyer--der toyer farmakht. Der tog a tsehelter, Di blumen--farvelkte, Zey vyanen, far zey iz oykh nakht. Far nakht af tsurikvegs, Es noyet der troyer, Ot do hostu, libster, gevart. Ot do inem shotn, Nokh kentik dayn trot iz, Flegst kushn mikh liblekh un tsart …

S’iz hay yor der friling, Gor fri ongekumen, Tseblit hot zikh benkshaft nokh dir. Ikh ze dikh vi itster, Balodn mit blumen, A freydiker geystu tsu mir. Di zun hot fargosn, Dem gortn mit shtraln, Tseshprotst hot di erd zikh in grin. Mayn trayer, mayn libster, Vu bistu farfaln? Du geyst nisht aroys fun mayn zin.

Para escuchar: friling

Raoui de Souad Massi

Para escuchar Raoui

Texto (en arabe dialectal argelino)

ya Raoui hki hkaya, mada bik tkoun riwaya
hkili ala ness zmen, hkili ala elf lila w lila ,
ala lounja bent l ghoula, w ala wlid soltane

hajitak majitak, dini bid men 'had denya
hajitak majitak, koul wahad menna f kalbou hkaya
koul wahad menna f kalbou hkaya

hki w nsa belli hna kbar
dir fi ballak kili rana sghar, w nemnou koul hkaya
hkilna ala l jenna hkilna ala nar
w ala tir li omro a tar , fahamna maana denya

hajitak majitak, dini bid men had denya
hajitak majiiitak,koul wahad menna f kalbou hkaya
koul wahad menna f kalbou hkaya

ya Raoui kima hkawlak, matzid matnakass men andak, kayan li chfaw alabalak
hki w nassina men had zman
khallina f kan ya makan, kan ya makan

hajitak majitak, dina bid mhad denia
hajitak majitak, koul wahad menna f kalbou hkaya
koul wahad menna f kalbou hkaya

Traducción:

CUENTERO

Cuenta, cuentero, un cuento
que sea una buena historia.
Cuéntame de la gente de antaño,
cuéntame de las Mil y Una Noches,
de Lunya, la hija del Ogro
y del hijo del Sultán.

Te cuento. Recuento.
Llévanos lejos del mundo
Te cuento. Recuento.
Cada uno tiene en su corazón un cuento.

Cuenta y olvida que somos mayores
haz como si fuéramos pequeños
y nos creyéramos todos los cuentos.
Cuéntanos sobre el cielo y el infierno,
sobre el pájaro que nunca voló.
Haznos entender el mundo.

Te cuento. Recuento.
Llévanos lejos del mundo
Te cuento. Recuento.
Cada uno tiene en su corazón un cuento.

Cuenta, cuentero, como a ti te contaron,
no añadas ni quites nada por tu cuenta.
podemos verlo en tu cabeza.
Cuenta y haznos olvidar este tiempo
y déjanos en el de ÉRASE UNA VEZ.

(Traducción: Manuel Harazem)

Textos traducidos al castellano por María Menendez y Joan Benach

contactos con este sitio: giovannibuzi@yahoo.it

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